Fobia a la oscuridad

 

     Los miedos y temores son fantasmas que los persiguen en vida de manera inexplicable; el terror y sentimiento de ahogo y la desolación se convierten en sombras que después de muertos trasciende y no los deja descansar, como lo muestra la leyenda de Ignacio...

     Era un niño deseado por sus padres. Su llegada marco la culminación de un matrimonio, el sueño de trascender el amor que se tenían. A las pocas horas de nacido y cuando el sol se ocultó, el niño comenzó a inquietarse. La angustia se apodero de él. Lloraba y lloraba y todos los esfuerzos de su madre por tranquiizarlo eran inútiles.

       Al amanecer todo parecía volver a la calma, el niño sonreía, balbuceaba y dormido mostraba serenidad y tranquilidad a quienes lo rodeaban. Pero a la caída de la noche el temor era mas fuerte, nuevamente el miedo reflejado en un llanto parecido a un grito de auxilio se hacía presente.

       Varios doctores lo habían visitado pero ninguno encontró una explicación lógica, hasta que después en varios intentos le detectaron una rara enfermedad: Fobia a la oscuridad.

       Sin embargo, en el pueblo las versiones eran distintas: unos aseguraban que estaba poseído por el demonio y por eso en la noche lloraba desconsoladamente.

        Habían transcurrido dos años desde su nacimiento y durante todo este tiempo sus padres mandaron colocar cuatro lámparas de aceite en sus recamara para alumbrarlo y que no se sintiera solo. Con la luz encendida todas las noches lograba tranquilizarse.

      

            

          Pero la fatalidad llegó a sus vidas cuando una mañana el pequeño cuerpo de Ignacio amaneció muerto en su cama de manera misteriosa. Tal ves la fobia y el terror fueron mas fuertes que el.

           El sepelio se realizó sin ningún contratiempo, en un pequeño ataúd fue enterrado, colocando un montón de tierra a su alrededor. Pero al ocultarse el sol, y en el silencio de la noche como su único testigo, la tumba empezó a abrirse con la esperanza que los primeros rayos del sol alumbraran.

          Al amanecer el velador se percató de que el ataúd se encontraba abierto, y con desconcierto procedió a sepultarlo nuevamente, pero al suceder lo mismo varias noches consecutivas, dio aviso rápidamente a sus padres y a las autoridades.

            Conociendo la rara enfermedad del niño, sus padres llenos de dolor pero con la esperanza de que su hijo pudiera descansar en paz, pidieron un permiso para construir un ataúd de piedra, pero dejando una pequeña abertura en cada uno de sus cuatro lados para que los rayos del sol iluminaran al pequeño Ignacio, y al caer la noche, cuando no hubiera luna llena, el sepúltero encendería los cuatro pilares en forma de antorcha, que también fueron colocados para hacerle compañía, iluminando así su descanso eterno...